PREGÓN SEMANA SANTA ARÉVALO 2024.
PRONUNCIADO POR DѪ. SONSOLES SÁNCHEZ REYES-PEÑAMARÍA, EN LA IGLESIA DE SANTO DOMINGO DE SILOS DE ARÉVALO, EL 9 DE MARZO DE 2024.
Buenas tardes, Sr. alcalde, autoridades civiles, eclesiásticas, hermanos cofrades, fieles y público en general congregado en esta iglesia de Santo Domingo de Silos, en la icónica Plaza del Arrabal de la ciudad de Arévalo.
Comienzo agradeciendo desde lo más profundo al Presidente y la Junta Directiva de la Cofradía de la Santa Vera Cruz que me hayan confiado el inmenso honor de pregonar la Semana Santa de uno de los enclaves más emblemáticos que concibo, Arévalo. Aquí tengo amigos muy queridos y admirados, y he pasado instantes inolvidables. Parte de mí vivirá siempre en Arévalo. Muchas gracias a quienes hoy han venido a arroparme en este emotivo momento.
Porque difícilmente se puede concebir mejor compañía que la que hoy me flanquea, junto a todos ustedes: en la nave izquierda, en una capilla fundada en 1563 por María de Hungría, la Virgen de las Angustias, patrona de Arévalo y su Tierra, coronada el 26 de junio de 1955, una pionera talla castellana de vestir con Cristo yacente de mediados del s. XVI, atribuida a Pedro de Salamanca, seguidor de Berruguete, y cuya festividad se ha celebrado hoy hace justo un mes, precedida del novenario. “De Arévalo tus hijos, llenos de amores, imploran el auxilio de tus favores y te ofrecen rendidos su corazón”.
Aquí tiene su sede la Archicofradía de Nuestra Señora de las Angustias, documentada ya en el siglo XVI. Una antigua tradición narra la aparición de la imagen un 9 de febrero, en los albores del cristianismo. En 1651, en el convento trinitario se le erigen capilla y camarín, profanados por las tropas francesas en 1808, siendo la imagen resguardada en el monasterio del Real de Madres Bernardas cistercienses hasta que en 1973, mudándose la comunidad a las afueras, fue entronizada en este sagrado emplazamiento.
Y en el presbiterio, detrás de la reja plateresca de Bartolomé Ordoñez, una urna de plata contiene las reliquias del patrón de Arévalo desde hace cuatro siglos, San Victorino Mártir, cuya memoria canónica se conmemora cada 7 de julio, y que desde 2015 cuenta con una Cofradía de su advocación, con sede en esta preciosa iglesia. A ambos patronos encomiendo la elocuencia de mi discurso, para que iluminen cada una de mis razones, vertidas en este templo en el que ha latido la historia viva de Arévalo en los casi 800 años que ha oficiado de parroquia.
Y es que la grandeza histórica de Arévalo es inconmensurable. España habla la lengua de Cervantes, y nuestra literatura ha alumbrado El Quijote al mundo, gracias al arevalense Fray Juan Gil, que rescató de un destino oscuro y fatal a quien después acabaría convirtiéndose en el mejor de nuestros escritores. Aquí se crió la reina Isabel la Católica; la que reveló América al mapamundi, la que plantó la semilla de la España que conocemos, aquí aprendió a rezar a Nuestra Señora de las Angustias y transmitió su devoción a Granada, que hoy la tiene por patrona, y donde muchos acuden a ella en una capilla de la catedral, a pocos metros de donde la reina reposa para la eternidad. En las Casas Reales de Arévalo recibió una cuidada formación durante 11 años un joven Iñigo de Loyola, San Ignacio, que capitaneó la Contrarreforma y fundó los jesuitas, y se impregnó aquí de la fe mariana de la Quinta Angustia, postrándose ante una imagen gótico-flamenca, anterior a la actual.
Arévalo, tierra fértil para el alma y el cuerpo, de dorado cereal y ocres manjares, de azul cielo y rojizo adobe centenario, es cuna de hijos ilustres: Alfonso de Montalvo, que compiló el Ordenamiento jurídico castellano; Eulogio Florentino Sanz, gloria de la poesía y teatro del Romanticismo; el Mancebo de Arévalo, figura clave de la literatura morisca aljamiada... Arévalo, cuyo escudo luce los títulos de Muy noble, Muy ilustre y Muy leal, concedidos por Alfonso VIII tras la valentía demostrada en la batalla de Las Navas de Tolosa en 1212, a los que después se añadiría el de Muy Humanitaria y la Gran Cruz de la Beneficencia por su heroísmo ante la desgracia ferroviaria ocurrida el 11 de enero de 1944. Arévalo, hermanada con Autun, el mismo corazón de la Borgoña, de donde vino hace un milenio el conde Raimundo a repoblar nuestras tierras abulenses tras la Reconquista. Arévalo, una localidad tan preñada de esencias que es imposible de enclaustrar en palabras.
La tradición, los valores ancestrales transferidos de generación en generación, están impresos como seña identitaria secular en los moradores de Arévalo. Por eso, hace casi cuatro décadas, un grupo de arevalenses, muchos de ellos jóvenes, emprendió la maravillosa tarea de revitalizar la Semana Santa, que tras siglos de manifestaciones de fervor popular había languidecido, desapareciendo los desfiles procesionales a los que asistían las ocho parroquias que tenía la entonces Villa, con el Cabildo y el pueblo, hasta quedar reducidos solamente a dos, el Viernes Santo: la Procesión del Silencio o del Santo Entierro de la Cofradía de Nuestra Señora de las Angustias y el Vía Crucis de la Parroquia, con un pequeño Cristo de mano.
Y refundaron en 1987 una Cofradía, la Santa Vera Cruz, de carácter penitencial, en tiempos pasados con el sobrenombre “de Ánimas”, por proveer asistencia religiosa ante la muerte y costear entierros a desvalidos. De hondas raíces en la Edad Media, nació al amparo del convento de San Francisco de la Observancia, inicialmente en la Capilla del Santísimo Cristo de Gracia de la iglesia, desde 1772 en la de la Concepción. Cenobio franciscano de gran relevancia en la Provincia de Castilla, que albergó un panteón real, que la oralidad afirma fundó San Francisco de Asís en su peregrinación a Santiago hacia 1214, y que recreaba la Pasión y la Navidad desde su primer Belén, el de Greccio, que acaba de cumplir 800 años. Contemporáneamente se creaba el convento de la Santísima Trinidad, prolongado hasta la triple debacle decimonónica: la Guerra de la Independencia, la exclaustración y la desamortización de Mendizábal.
Compartiendo el infausto sino, la Cofradía de la Santa Vera Cruz se extinguió a principios del siglo XX. Para su resurgimiento, la de Nuestra Señora de las Angustias, con la que siempre estuvo estrechamente hermanada, puso a su disposición los efectos de liturgia pasional de los que era propietaria y depositaria. Se fijaron sus sedes: canónica en esta iglesia parroquial de Santo Domingo; social, en El Salvador, siendo su primera presidenta Mª Carmen Delgado Domingo. Y esos arevalenses, llenos de lúcida ilusión y amor por su herencia cultural, se embarcaron en la ingente y meritoria labor de reposición de las procesiones consuetudinarias, restaurando imaginería antigua y moderna, e incorporando nueva para completar el relato de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. No solo preservar el patrimonio inveterado de los antepasados: también acrecentarlo, para un día legarlo a los descendientes. Un afán de rehabilitación y difusión en que ha sido muy valiosa la aportación de un grandísimo Cronista Oficial, Ricardo Guerra Sancho, mi amigo, que respira Arévalo en cada aliento.
La Cofradía de la Santa Vera Cruz se desplegó en secciones para escoltar cada paso, con diversas indumentarias y colores: la pureza del blanco, la esperanza del verde, la aflicción inefable del negro, la médula castellana del morado. Viernes de Dolores, Domingos de Ramos y de Resurrección, atuendo de hábito blanco y capelina verde oliva. La túnica blanca combinada el Viernes Santo con capirote negro con cruz blanca, fajín y guante negros, alrededor del Cristo de la Buena Muerte; capirote morado, guante blanco y cuerda de esparto, ante el Amarrado. Miércoles Santo, Jueves Santo y Vía Crucis, el capirote muta en verde oscuro. Mujeres de riguroso luto, con mantilla y rosario, siguen la ardua estela de la Virgen de la Soledad y las Angustias. La sección infantil va en pos del Niño Jesús Nazareno; si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Todos aunados en la fe compartida, clavada en las entrañas, abrazada al cuello en la medalla de la Cofradía. Al inicio, plateada y redonda; después, cruz dorada, con cordón de la tonalidad de la sección en que uno se incardina.
Iniciada la loable gesta de continuación de la religiosidad popular de épocas ignotas, participada por muchos de quienes estáis aquí, la Semana Santa de Arévalo no cesa de avanzar en la recuperación, reluce más en cada edición, en una aspiración colectiva, cohesionada en la entrega y organización de la Parroquia y la Cofradía de la Santa Vera Cruz, con la indispensable colaboración de la Archicofradía de Nuestra Señora de las Angustias, el Ayuntamiento de Arévalo, la Banda Municipal de Música, la de Tambores Santa Vera Cruz y la Coral La Moraña, que hoy nos deleitará, dirigida por Verónica Castañeda Lucas.
El Viernes de Dolores preludia los desfiles procesionales, envueltos en el magnífico patrimonio monumental de la ciudad, incomparable marco de estética castellana. Es el templo museo de El Salvador, con su espléndido retablo póstumo de Juan de Juni, finalizado por su hijo Isaac, y su capilla románica, punto de partida de procesiones y sede de los pasos, que captan esos días fervientes visitas de incontables fieles y fascinación de turistas.
El Viernes de Dolores, Mayordomos y cofrades renuevan su compromiso ante Nuestra Señora de las Angustias en Santo Domingo. Ya oscurecido, la Plaza de la Villa parece trocarse en persona, que de ella brotasen brazos con los que logra arrancar el Via Matris a la iglesia de Santa María la Mayor del Castillo, la que atesora su inigualable Pantocrator románico, el precioso ábside y la reina de las torres mudéjares arevalenses; y le pide que muestre a otra reina, la del Cielo, a centenares de miradas anhelantes que aguardan la primera de las procesiones del ciclo para poner a los pies de la Sin Pecado Concebida sus más íntimas y secretas necesidades.
La Virgen Dolorosa va desgarrándose en su lacerante recorrido por el interior de la imponente Plaza, que circunda estremecida a una Madre desolada. Su linda imagen barroca está tocada por la corona original antigua, y en sus manos lleva otra de espinas de plata. Su reciente y hermoso ajuar estilo renacentista, obra de Fran Ramos, de damasco negro con aplicaciones en oro, encajes y puntilla blanca, cuenta con un manto de 35 estrellas rememorando el aniversario de la cofradía.
Y la Dolorosa, con contenida pena y ojos arrasados, se mide frente a frente en la penumbra con un Cristo de mano barroco, que conoce la amargura del sufrimiento porque antiguamente presidía los cortejos de despedida cuando la muerte arrebata la esperanza. Mientras es sostenido por un cofrade rodeado por otros con faroles, la tenue luz de las velas recorta a la noche formas humanas sobre un telón de silencio sobrio, austero y devoto, de susurrante recogimiento del espíritu.
Las siete estaciones son el trasunto de los dolores de la Virgen, representados en sendos cuchillos atravesando su corazón, como profetizó Simeón. Y cuando la piadosa ruta se consume en Santa María la Mayor, Arévalo canta con una sola voz el Himno de Nuestra Señora de las Angustias. “No puedo menos de llorar contigo, Virgen de las Angustias”. No hay carne humana tan fría que no se conmueva ante una pesadumbre tan sincera.
El Domingo de Ramos, Jesús entra triunfal en Jerusalén sobre una borriquilla, en el paso emanado de los talleres gerundenses “El arte cristiano” de Olot, que se procuró el siglo pasado la Cofradía de la Santa Vera Cruz para recobrar esta procesión que organizaba el Cabildo al menos hace 500 años. Apuntando el mediodía, emerge de Santa María la Mayor hacia El Salvador y, tras la bendición de los ramos, surca las Plazas del Real y del Arrabal, hacia Santo Domingo, para la misa en que serán recibidos los nuevos cofrades, imponiéndoles sus medallas.
La Semana Santa de Arévalo sigue con ímpetu, fortaleciéndose y consolidándose, entremezclando la solvencia del pasado con el entusiasmo del futuro, y seremos testigos este Martes Santo del ritual inaugural de las Cruces Vitae, las cruces de la vida, que partirán caída la noche desde San Juan Bautista hasta Santo Domingo. El Miserere, desgajado del Miércoles Santo, dará cuerpo a una procesión con entidad propia.
Las calles de nuestra ciudad morañega contemplarán por vez primera a un Cristo del siglo XVI de la sacristía de Santo Domingo, denominado Cristo del Miserere no solo por escuchar el salmo de misericordia de esta procesión, sino por haberse cantado en su capilla originaria, con la Virgen y San Juan formando un Calvario.
El Miércoles Santo, la procesión del Cristo de la Fe y la Virgen de las Angustias de San Juan parte desde El Salvador dos horas antes de la medianoche, hasta San Juan Bautista, donde Madre e Hijo a su despedida oirán recitar el bello Romance de Lope de Vega.
Un desfile procesional de arraigado sentimiento, inicialmente solo un humilde traslado del Cristo de la Fe a la iglesia de San Juan para el Vía Crucis, cobró realce por la mera fuerza de la piedad descarnada. El Cristo de la Fe peregrina por las estrechas calles de la morería a hombros, seguido de la Virgen de las Angustias de San Juan. A la luz de los faroles y al son de tambores y trompetas que concitan pasos rítmicos, la emoción interiorizada tiene sabor de oración.
Llega la procesión a la iglesia de San Juan Bautista y queda allí el crucificado, que agoniza mirando hacia el cielo que nos tiene prometido. Una talla anónima de 1739, sufragada por limosnas, que ya en un origen se reverenciaba allí, en la capilla de su advocación en la Escuela Dominical, hoy Centro Parroquial.
Y Arévalo entero sigue después a las Angustias en su doliente rastro, rezumante de una soledad que la feligresía asume como propia, hasta El Salvador. Buena metáfora del vadear por la vida: afrontando las dificultades pertrechados de la pujanza y el brío que confiere el fiarlo todo en nuestro Hacedor. En tiempos remotos, en su deambular por las entretelas de la ciudad se custodiaba a la imagen titular de las Angustias actualmente venerada en Santo Domingo, cuando tenía su Capilla en la Santísima Trinidad. Hoy, es la Virgen de las Angustias de San Juan, la Madre que mece en sus brazos al Hijo Muerto, como invoca la XIII estación. Un conjunto escultórico de una pequeña y primorosa imagen anónima con vestido y manto bordados por cofrades de la Santa Vera Cruz y un Cristo yacente, tallado sólo el busto, de finales del s. XVI o principios del XVII, que en 1757 es instalado en San Juan.
En el ocaso del Jueves Santo parte desde el Salvador la Procesión de los Pasos, con cinco escenas de la Pasión, por el Arévalo de nueva urbanización. Otro Jueves Santo, el de 1451, estaba llamada a nacer al mundo la que sería la magna reina Isabel.
La maestría de los talleres olotenses infundió un hálito de vida al árbol para crear tres pasos inspirados en el genial imaginero murciano Salzillo, adquiridos en la década de los 40 del siglo pasado por el ahínco cofrade: la Oración en el huerto de los olivos, donde un ángel ofrece a Cristo el cáliz que deberá beber sin apartar de sí; la Verónica compasiva que limpia el rostro del Señor, camino al Gólgota, en la VI estación, y que como nosotros desearía poder aligerar el cruel peso de su madero; y el Beso de Judas, el prendimiento de Cristo traicionado por el discípulo infiel, costeado por el Ayuntamiento como apoyo a la Semana Santa revivida.
Los otros dos pasos son tallas barrocas de misteriosa autoría: El Niño Jesús Nazareno que sale asimismo en el Santo Entierro, llevado por los más pequeños, pues no en vano dijo: dejad que los niños se acerquen a mí. Quizá fuera aquel “Niño de la Bola” que reseñan los legajos procesionando antiguamente, o un San Juanito, el primo del Niño Dios que preparó su camino. Y la Virgen de los Dolores, una imagen de vestir, que el Obispado de Ávila prestó en 1989 para sustituir a la Virgen de la Soledad portada hasta entonces.
El Viernes Santo, a las 8, clareado el día y pronunciado “El Mandato”, la sentencia de Pilato contra Cristo ante la que es imposible la indiferencia de lavarse las manos, desde San Juan Bautista parte el Vía Crucis, un vibrante acto penitencial en que cofrades de la Santa Vera Cruz acarrean sobre sí al Cristo de la Fe por un largo trazado rodeando la ciudad histórica, que confluye en El Salvador. Las catorce estaciones del itinerario marcado por cruces semejan nuestro viaje por la vida, jalonado de trances que enfrentar sin dejar flaquear el ánimo, sabiendo que en el horizonte espera un final resplandeciente que enjugará cada lamento a quien sepa tomar su cruz y seguir a Cristo.
Esa noche, desde allí parte la ceremoniosa y señera Procesión del Silencio o del Santo Entierro de la Archicofradía de Nuestra Señora de las Angustias y la Cofradía de la Santa Vera Cruz, con sus seis pasos imbuidos de significación histórica. Mecida por los acordes de la Banda de Redoblantes de la Cofradía de la Santa Vera Cruz y la Banda Municipal de Música, transita la Plaza del Arrabal, el Arco del Alcocer, la Plaza del Real, con una parada para la meditación y la oración, y dibuja idéntico trayecto de vuelta.
Tres Cristos mirados fervorosamente por los arevalenses hacen su majestuosa aparición en la solemne comitiva. El popularmente conocido como Cristo Amarrado a la columna, imaginería castellana documentada por la Cofradía de Ntra. Sra. de las Angustias ya en el siglo XVIII, aparece dramáticamente vejado y sangrante, para expiación de nuestras culpas; el de la Buena Muerte, sobrecogedor y anónimo Cristo muerto en la cruz, casi de tamaño natural, que en 1652 se encontraba en la Capilla de la Virgen de las Angustias del Convento de la Santísima Trinidad, y posteriormente fue adorado en la Capilla del Real como “Cristo de la Agonía”, tomando el nombre actual al reanudar su salida en la renovada Semana Santa; y el impactante Santo Sepulcro que la Cofradía de las Angustias, en ese momento único testigo de la vida cofrade en Arévalo, compraba en 1948 a la casa Vayreda Barrola Casado de Olot: un Cristo Yacente de gran belleza escoltado por dos ángeles, copia de Salzillo, que nunca dejó de sacarse los Viernes Santos.
La Virgen de las Angustias de San Juan, y la Santa Vera Cruz, una sencilla Cruz vacía con sudario, el distintivo de la Cofradía, que tiene pintados los atributos de la pasión, son portadas a hombros por la sección de mujeres. Devoción materializada también cada año en el Triduo a la Exaltación de la Santa Cruz y Nuestra Señora de los Dolores, los tres días alrededor del 14 de septiembre.
Pero el Domingo de Resurrección, el alma se voltea de gozo, como cuando Juan el Bautista saltó de alborozo en el vientre de Isabel en la Visitación de la Virgen. Cristo Resucitado halla a su Madre, y las lágrimas antaño brunas se truecan en luminosas de alegría. Al mediodía la procesión del Encuentro de la Cofradía de la Santa Vera Cruz parte desde el Salvador con Jesús Resucitado, y desde Santa María la Mayor con la Virgen del Encuentro. Ambos se reúnen en la plaza del Arrabal, llegados al Arco del Alcocer. Emoción y felicidad indecibles que inundan y contagian por doquier, ¡Cristo ha vencido a la muerte!
El Resucitado, obra de Vicente Cid Pérez incorporada hace ahora 24 años gracias al esfuerzo cofrade concurrido por manos amigas, se incardina en la usanza imaginera castellana, en madera de cerezo, estofada y policromada artesanalmente, pero presenta una innovadora iconografía, parece se le haya impreso movimiento: Cristo se levanta y asciende desde la Cruz. ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? ¡No está aquí, ha resucitado!
La Virgen del Encuentro protagoniza el cartel de la Semana Santa arevalense de 2024, confeccionado por Rigodon Photo Studio. Una anónima Virgen gloriosa de vestir barroca, de mejillas sonrosadas, que en El Salvador estuvo al culto con otras advocaciones y se destinó a esta nueva procesión al despuntar el siglo XXI.
Tras el reencuentro, juntos nuestro Señor y su Madre van a Santo Domingo de Silos para la Eucaristía del Domingo de Gloria, y el ceremonial concluye en El Salvador. La Semana Santa arevalense, fruto maduro que acumula siglos de inmemoriales progenies, añadirá de este modo a su periplo el lapso de un año más, otra experiencia transformadora personal y colectiva, y unirá a los habitantes actuales con el recuerdo de quienes acompañaron en el pasado y ahora nos aguardan en el Cielo, protegidos por aquellos divinos personajes a los que una vez imploraron con determinación desde la tierra. Roguémosles que velen por nosotros y que nos esmeremos en ser dignos de ellos. Y que sintamos a Cristo resucitar en nuestros adentros cada día. Que así sea. Muchas gracias.